Nicaragua ha mostrado un crecimiento notable en los últimos años, elevando de manera exponencial el nivel de su fútbol tanto a nivel de clubes como de selección, lo que ha permitido reducir la brecha con los equipos más competitivos de Centroamérica y el Caribe. Este progreso refleja un proceso de desarrollo positivo, aunque todavía presenta limitaciones importantes, especialmente en el aspecto ofensivo, donde no han logrado conformar un ataque lo suficientemente eficaz como para abrirse paso en torneos de mayor exigencia como la Copa Oro. Por esta razón, aunque el jugar en casa pueda representar una ventaja, resulta comprensible que no partan como favoritos, quedando aún en condición de aspirantes en un camino de consolidación que demanda paciencia y continuidad.
Costa Rica dejó una imagen aceptable en la pasada Copa Oro, donde, aunque quedó eliminada en los cuartos de final, lo hizo a través de los penales frente a Estados Unidos, mostrando competitividad ante un rival de jerarquía. Sin embargo, el desenlace no cumplió con las expectativas de una afición que esperaba un papel mucho más destacado, lo que ha incrementado la presión sobre el equipo en su camino hacia la clasificación mundialista. Bajo la conducción de Miguel Herrera, la “Sele” se encuentra obligada a demostrar mayor solidez y resultados inmediatos, ya que el margen de error es mínimo y la exigencia de volver a estar en la cita global pesa fuertemente en este proceso.